Qué difícil es ponerte a escribir cuando de repente alguien te dice que escribas sobre algo. Exacto imagináis bien, otra vez Xavi, otra vez nos vuelve a meter en otro lio, ¡900 palabras dice! Así, de golpe, ¡como si fuera tan fácil! Y por segunda vez en pocos días nuestras neuronas inician un frenético movimiento buscando la inspiración, buscando una idea sobre la que escribir.
Algunas ideas fluyen rápidamente a mi mente. ¡Ya está! -me digo. Escribiré sobre ciencia, sobre genética concretamente, tema que siempre me apasionó durante mi juventud, y que aun hoy años después despierta mi curiosidad. Pero inmediatamente lo descarto por demasiado técnico.
“¡Más ideas Cris!”. Me animo a misma.
“¡Piensa!”
Busco en los temas que ha sido protagonistas en mi vida, y ¿porque no hablar de fitoterapia? Años de dedicación laboral a todas aquellas plantas medicinales, bien podría servir para hacer un buen escrito. De plantas cultivadas, de ofrecer lotes homogéneos con la misma variedad, idéntica insolación, de trazabilidad perfecta y de controles de calidad exhaustivos. De Melisa, Valeriana y de Lavanda. De especies propias de otros continentes como el Harpagofito en África o el Guaraná recolectado en la Amazonia.

De procesos innovadores en los procedimientos de fabricación de polvo de plantas, de la criotrituración, que permite conservar en el producto terminado la integridad de los principios activos de la planta…pero decido desestimar esta opción, por quizá demasiado poco interesante. ¿No os lo parece a vosotros también?
En momentos así es cuando me parece escuchar a mi madre decir “Ves hija mía, esto es lo malo de saber poco de muchas cosas y de nada en concreto”.
Podría disertar sobre las actividades extraescolares a las que someten muchos padres a sus hijos todas las semanas, siempre he estado en contra de esas maratonianas jornadas de los más pequeños de la casa, en contra de esos progenitores que apuntan a los niños a toda clase de actividades pensando que les hacen un bien, que su hijo ha de saber de todo y hacer de todo.

Esos niños que solo recordaran su infancia por la cantidad de mochilas, carpetas, cuadernos de pintura o libros de solfeo que trajinaban de un lado para otro, de salir corriendo del colegio para acudir a una o más actividades después de una dura jornada, porque señores admitamos lo, para ellos es un duro y cansado proceso de aprendizaje que no siempre valoramos adecuadamente.
Pero sé que hablar sobre este tema crearía un crispado debate sobre la conciliación laboral y la imposibilidad de muchos padres a dedicar a sus hijos un tiempo del que no disponen. Así que mejor buscaremos otro tema.
Hablando de actividades extraescolares, a mi hijo lo apunte a una, ¡pero solo una eh! A ver si ahora voy a contradecirme en todo lo que he dicho anteriormente. Apunte a mi hijo a atletismo, porque él no comenzó a caminar como la mayoría de niños, él simplemente paso directamente de gatear, a correr. Así, tal cual un buen día se levanto del suelo y echo a correr, ¡y que día! Dicha hazaña la realizó un 25 de Julio de 1992, que como algunos recordareis fue el día de inauguración de las Olimpiadas de Barcelona. Comprenderéis que, con todos estos indicativos, el destino de mi hijo fuera correr y correr.
Este deporte ha proporcionado en él, disciplina, valor, constancia, fortalezas que a día de hoy y en un futuro le servirán para grandes cosas. Mi hijo aun sigue corriendo y yo después de años de madre sufridora soportando todas aquellas tardes de frio invierno, me siento orgullosa de él.
Ser padres de hijos atletas no es tarea fácil, me diréis que, como cualquier otro deporte, pero yo os diré que no, las jornadas de competición en este caso son largas matinales de pruebas que empiezan a las 9h de la mañana y se alargan en algunos casos hasta las 15 h., tediosas mañanas de largos tiempos de espera entre prueba y prueba, largos desplazamientos para ver a tu hijo correr 15 segundos.
Pero lo mejor de todo, era el día que el club organizaba un campeonato social, con participación de los padres y madres en diversas pruebas atléticas. No os podéis imaginar lo difícil que resulta en salto de altura, arquear la espalda sin tocar la dichosa barra, os aseguro que conseguir saltar 80 centímetros es todo un récord. Padres pasándose el testigo en una carrera de relevos, o yo misma lanzando peso.
Y de aquí el salto a la colaboración totalmente altruista y desinteresada, en acontecimientos deportivos. Como Juez de carrera cronometrando pruebas de velocidad y medio fondo, y lidiando con padres que te discutían 2 décimas de segundo.
Jornadas eternas entregando dorsales a miles de atletas.
En carreras con un gran numero de participantes, 10.000 o 15.000, cada corredor debe acreditar una marca y en función de esta sus dorsales suelen tener colores distintos, ya que se ha de colocar en diferentes zonas para poder realizar una salida de corredores escalonada evitando así, que aquellos con mejor marca se encuentren en la salida con otros atletas con tiempos inferiores. Y aquí es don entraba yo a detectar aquellos corredores avispados que querían aprovechar se de una ventaja colocándose en un cajón equivocado.

Otra de las funciones que realice en estos años de colaboración fue la de colocarme en el cordón de salida impidiendo junto a otros compañeros, que los inquietos participantes de una carrera pudieran salir antes de que el cronómetro se pusiera en marcha y así arañar unas décimas a su tiempo. Y justo con el pistoletazo apartarte lo antes posible para no ser devorado por esos corredores ávidos de kilómetros y sedientos de triunfo, os aseguro que esto es uno de los actos mas arriesgados que uno puede hacer en esta vida.
Hace ya algunos años yo escribía, sobre libros que había leído, sobre ideas para una futura novela, pero no se porque un día deje de hacerlo. Quién sabe si quizás después de estas líneas, después de estas más de 1000 palabras, retome de nuevo el placer y la satisfacción que me produce escribir.
Fuentes: